Columnas de Opinión Partners

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Por: Gonzalo Muñoz Abogabir, High Level Climate Champion de nuestro partner estratégico COP25.
No hay duda de que el planeta está sobrepoblado, con tendencia al aumento, y con un modelo de uso de recursos insostenibles. Esa descripción extremadamente simplificada ayuda a orientar potenciales soluciones a los desafíos que enfrentamos como sociedad, los cuales sin duda se lograrán superar con tiempo, ingenio, tecnología y mucha buena voluntad. La duda por lo tanto es cuanto nos tardaremos en resolverlos, y si podremos minimizar los puntos de fricción mientras avanzamos hacia el desarrollo sostenible.
Entonces cabe preguntarse cuáles son algunas de las decisiones que deberemos tomar para poder lograr convivir en este apremiado planeta, “siempre y cuando - como provocaría Humberto Maturana - realmente queramos convivir”.
En esa línea, el uso de los territorios ha pasado a ser un asunto de máxima relevancia para dar cuenta del aumento de la población, del aumento del consumo, y del aumento de las complejidades con que se conducen nuestras relaciones. Tomando en consideración estas tendencias, parece razonable que aprendamos a vivir de manera sostenible en las ciudades, incluso facilitando la agricultura urbana, mientras destinamos las zonas rurales para la producción de servicios ecosistémicos, incluyendo el necesario esfuerzo en regeneración de tantos espacios naturales que con el tiempo hemos ido degradando.
En todas las ciudades por lo tanto deberíamos definir reglas de convivencia que permitan usar el espacio de manera inteligente. No sólo se trata de establecer límites para la expansión de la ciudad, diseñar las áreas verdes adecuadamente distribuidas, reciclar la totalidad del recurso hídrico, reducir la generación de residuos, planificar los medios de transporte para reducir los traslados, o eliminar toda fuente de emisión de gases contaminantes. Se trata de aumentar la densidad de forma inteligente, aumentando la calidad de vida de todos quienes habitan el territorio, generando una convivencia sustentable entre los diversos grupos, sabiendo que se necesitan unos a otros, ya que es evidente que la adecuada integración territorial facilita la convivencia.
Y esa lógica de convivencia sustentable debe trasladarse también a los mismos edificios. Como diría William McDonough (arquitecto padre de la economía circular), debemos diseñar y construir edificios como árboles, que purifican el aire, producen agua, generan su propia energía, facilitan la alimentación de quienes habitan en su interior, y que reducen la temperatura de su entorno. Eso es técnicamente muy posible y depende de la intención que se tenga al diseñar cada edificio. Y es que, como dice el mismo McDonough, el diseño no es más que una declaración de intenciones.
Se trata por lo tanto de proponer edificios verdes que conviven en barrios verdes, que a su vez forman parte de ciudades verdes. No basta con que una inmobiliaria diseñe y construya con las mejores intenciones buscando resultados ideales para sus clientes y accionistas. El impacto de cada proyecto inmobiliario está dado también por la convivencia que el edificio y sus habitantes logran con su entorno. Y esta convivencia es también un acto de diseño.
El diseño de ese plan maestro es fundamental en toda ciudad. Un plan que considere los recursos de agua, aire, suelo y paisaje como parte de los activos de la ciudad. Que los use de forma responsable y distribuya el bienestar de manera que contribuya a la convivencia y a la integración. Que favorezca el que los proyectos inmobiliarios conversen unos con otros y sean diseñados en base a maximizar la convivencia y no sólo a mejorar calidad de vida puertas adentro. Por supuesto ese plan maestro requiere de un sistema de gobernanza que cuide el territorio y facilite que la ciudad vaya aumentando el bienestar de la población urbana a la vez que las zonas rurales producen gran parte de nuestros alimentos mientras aumentan y regeneran los servicios ecosistémicos para todas las especies que conviven en este planeta.